En la tarde empecé a escribir esta entrada. El motivo: la
urgente necesidad de encontrar a un guía espiritual. Y empecé así:
Queridos todos, ando en búsqueda de un guía espiritual.
La expresión “camino espiritual” no está muy alejada de la realidad. Me
imagino literalmente caminando en mis búsquedas, con constancia, errando,
atorándome, deteniéndome, resistente a caminar, a veces cansada, a veces con
mucho entusiasmo, tramos fáciles, tramos difíciles, algunos momentos acompañada,
algunos sintiéndome sola, cambiando de rumbo, con miedo, con confianza o con
alegría. A veces me he sentido guiada, a veces me ha bastado mi intuición, a
veces he estado perdida creyendo que conozco el camino sin querer consejos o
direcciones y a veces he sabido exactamente qué hacer.
No es la primera vez
que me siento confundida y necesitando un guía espiritual. Pero esta vez siento
que lo necesito con mayor fuerza. Mientras más avanzo más importante es estar
orientada y más peligrosos los errores. Creemos que las ideas no pueden
dañarnos, que el camino espiritual es solo una metáfora de un conjunto de
creencias, pero no es así. El camino espiritual es la práctica que crea el
habito que crea lo que somos, es también las creencias e ideas que aceptamos,
es lo que constituye nuestro mundo, lo que es real, lo que es posible y lo
imposible. Condiciona todo lo que vemos, sentimos, pensamos y nuestras
relaciones con Dios y con los demás. El camino espiritual implica orientar lo que
soy hoy hacia una continua evolución ciertamente incierta, pues no podemos
saber con certeza a dónde hemos de ir, aunque podamos imaginar un destino prefijado.
Creamos una fantasía de movernos hacía una
mayor felicidad y encuentro con Dios, como esto sea, y la fantasía es el
impulso que va logrando se cumplan las maravillosas expectativas que no se
pudieron soñar. Caminamos hacia la plenitud; eso hacemos los que tenemos una vida
interior y espiritual: Crecer para ser algo mejor, más feliz, más amorosa, más
libre, más plena… Otros caminos, caminos hacia ser más ricos, más inteligentes,
tener más éxito o más placer, tendrán sus retos y sus riesgos, pero los riesgos
del camino espiritual son aún mayores. En otros caminos se busca manipular lo
exterior, en el camino espiritual se manipula y juega con la propia persona y la concepción de la vida y el mundo, y eso es sumamente delicado. Creer que no
hay riesgos es estúpido: pensar que sólo la muerte, como el suicidio
causado por la desesperanza, es el mayor peligro de perder el camino espiritual, debiera activar una alarma de falta de imaginación. Las cosas pueden ser mucho peores.
En el budismo llegan a hablar de prácticas
que pueden elevar a un ser casi como deidad, pero como son prácticas con cierta
carga “kármika”, esa pseudo-deidad caerá a lo más profundo de los infiernos
después de miles de años de nirvana. Son malas prácticas con consecuencias
graves. La meditación que se nutre de ego, que se eleva por sí misma cae, porque el ego no tiene la potencia para elevar eternamente a ningún
sujeto.
No creo tener ese preciso problema por el momento, pero sí veo riesgos. ¿Les parece poco el perder la cabeza? A mí
no. A veces siento que me volveré loca, que mi cerebro no va a resistir la
tensión que le pongo y mi mente se va a desconectar. He crecido, pero en este
punto no quiero errar el camino. Sé que otros han caminado este camino, que han
llegado muy lejos, pero dónde están los que hoy lo han caminado. Para ser
honesta, y mostrando toda la capacidad de mi orgullo, no sé a quién recurrir.
He tenido muy buenos acompañantes espirituales, pero ninguno de ellos me puede
ayudar ahora. En sánscrito la palabra es kalyanamitra, la palabra refiere a una
persona que ha caminado el camino, que va delante de ti, que es cercano como tu
amigo.
El asunto es que sigo creciendo, y los que
fueron mis kalyanamitras han quedado detrás…
Me quedé un párrafo más
escribiendo, frustrada. Sí me di cuenta que empezaba a enredarme en mi enorme
ego creyendo que nadie podría ayudarme más que un verdadero santo: “¡porque soy
una practicante taaan avanzada, ¡bueno! casi una iluminada, una santa…!” Entonces
dejé el teclado, noté la enfermedad, pero mi mente siguió por ese camino tratando de no
dar evidencias de mi imperfección, de mi cara fea, de mi deformidad en donde
alguien más pudiera verla.
En la noche
entre en oración como todas las noches, esperando al menos un consuelo en
mi confusión y mi agitación interna, un descanso. Y saqué la bitácora después de
un rato para consultar con el maestro. – Rabbi-, comencé a escribir, y la
cachetada espiritual no se hizo esperar. Me acorde de estas palabras, más o
menos, “Mis pensamientos no son los pensamientos de ustedes, sus caminos no son
mis caminos, dice el Señor. Porque así como aventajan los cielos a la tierra,
así aventajan mis caminos a los de ustedes y mis pensamientos a sus
pensamientos.” (Is. 55, 7-9)
Los maestros espirituales ahí están, mi maestro, mi rabbi,
está presente. Los maestros no se van, no nos dejan, y eso no es
una metáfora, es una bendición factual. Tanto así que el punto en el que estoy es
por mi rabbi. La fuerza y la dirección la recibo también de él, y esta vez de
todo mi consejo de maestros. A través de mi maestro Anselm Grün en
el libro Los padres del desierto, he
tenido la fortuna de conocer al padre Evagrio. Él me enseñó cómo luchar con los
demonios internos, cómo luchar contra los pensamientos destructores. El asunto
es luchar, no dejarse vencer creyendo que uno es víctima de todo lo que le pasa
en la cabeza. Puedo dejar que los pensamientos vengan y analizar a dónde me
llevan, y luego de comprender esto, desechar los que no me sirven, ya no
necesito mirarlos, sólo mantenerlos fuera. Donde hay odio hay también amor,
dónde hay miedo hay también confianza, yo elijo dónde colocarme y nutro lo que
quiero tener. En vez de rendirme al miedo, nutro mi confianza. Las jaculatorias
son excelentes armas para estas batallas. Así que, siguiendo su consejo,
realice mi jaculatoria, y saqué un montón de ideas que me ayudarían a vencer.
Al final
recibí mi cachetada espiritual, incluso mi abuelo se sonreía desde el marco en
la pared cuando puse el dedo en el verdadero problema: mi soberbia, mi orgullo.
Mis maestros son muchos, de carne y de espíritu. Mis maestros me enseñan la
lección de humildad, tarea que parece para mí maratónica, pues oscilo entre la
autoestima herida y el ego hinchado, creyéndome más o creyéndome menos. Tengo
un problema de ubicación. Me ponen de rodillas, pues deseo seguir a mi rabbi, y
mis capacidades, descubrimientos y crecimiento me nublan, y “quien no tiene
humildad, no puede tener tampoco a Dios”. Me corrigen a bofetones cuando no
quiero escuchar, pero soy tan necia que sólo así parezco entender. Gracias a
todos mis kalyanamitras que me guían de tantas maneras, venciendo mis resistencias
en distintas voces, voces de espíritu divino. Por todo gracias.
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