Bienvenido.

Este es un blog hecho por una cabezota antitecnología, mitad niña, mitad piña, semiadiestrada (que es lo mísmo que decir cavernicolita asalvajada), por supuesto medio bruja, falta de modales y un deshonor a la inversión de mis papás en mi educación porque tengo una orotografía y redacción del terror.

No me juzgues muy duro ni te sientas personalmente aludido, soy perfeccionista pero no es algo que espero perfeccionar.

Con una sonrisa burlona LA CUCA

viernes, 21 de noviembre de 2014

El demonio al acecho de mi felicidad.

Querido, adorable y traumático blog, déjame contarte lo que me pasa por la cabeza, el corazón y el cuerpo. Tengo miedo, lo intento echar fuera de mí. Sabrás o no sabrás de mis ataques de pánico y angustia, y están justificados, pues son productos de una mayor consciencia de la vida y la muerte y de una mente desordenada que ante lo desconocido se encoge y se duele. Mi amigo Saúl me dice que ponga atención más que al miedo al momento en el que surge, y esa herramienta me ha hecho gran bien, pues lo trascendente se mueve por algo más inmanente y corpóreo, a la vez que por un deseo esperanzador. Me mueve hoy este miedo al descubrir que amo a una persona profundamente pero que no es mi lo ideal como yo creía que debería ser, una persona con la que quiero estar pero que no cumple toda la lista de cosas de atributos perfectos a pesar de que cumple los tres principales de mi vida. Me mueve hoy amarlo y saber que con él puedo y quiero ser libre, que él no tiene que ser mi vida ni yo la suya, que mi vida no tiene que tratarse de él, que puedo amar y querer a mis amigos y familia, que mis relaciones sociales quiero sigan creciendo y fortaleciéndose, que quiero ser feliz con o sin él, que soy capaz de tener mi propia vida sin depender emocionalmente de él y que puedo amarlo como yo bien sé amar: loca, intensa y profundamente. ¿Y me pregunto cómo es eso? ¿¡Cómo puedo amar sin estar atada?! ¿¡Qué me puede pasar tomando ese camino?!

También me mueve el corazón el término de mi tesis y el comienzo de la posibilidad de vivir de lo que más amo en la vida: escribir, el deseo enorme de luchar por eso, de aferrarme a mi arte y a mi forma de expresión. De manifestar quién soy y ponerlo ahí donde otros pueden hacerme pedazos, presentarme vulnerable y abrirme a que me hieran de manera tan estúpida y evidente. Y me pregunto ¿Cómo será eso? ¿Acaso seré suficiente?, ¿podré? ¿Soy lo que presumo? ¿El rechazo lo sentiré como si fuera a mi persona?

He cosechado tanto este año y la imperante necesidad de volver a echar semilla en mi campo espiritual está aquí, ya, tocando. Terminé un ciclo, terminé un duro invierno, crecí, soy más grande, alcanzo más, quiero volar y ahora veo que cuando esto surge, surge el miedo también. ¡Qué miedo tengo a ser libre, a ser feliz! Qué tal que me declaro feliz y que al declarar el fin del invierno vuelvo a caer en un temporal peor, ¿acaso podría con la desilusión? A veces pienso que si me vuelvo a deprimir con el mismo tema no lo voy a soportar, creo que si mi camino espiritual me lleva por una depresión semejante será porque la naturaleza de las cosas es triste y desoladora, será que en efecto somos esa coma mal puesta, y el origen de todo y el final de todo es deprimente y sin sentido, todo es vano, es inútil. Mientras escribo esto siento el dolor que me quema tantas veces, ya no estoy deprimida, pero la cicatriz queda y duele, y a veces no la soporto. Ya no estoy deprimida, la depresión fue vivir, desayunar, comer, cenar, dormir, reír, respirar, trabajar ese dolor todo el tiempo, sin descanso, luchando contra él. Otras cosas vinieron para quitarle al dolor el protagonismo, pero el dolor no se ha ido, lo tengo ahí y le tengo mucho miedo, y por él le temo a la felicidad y a la libertad, no valla ser que mi buena fortuna y mi alegría sea un aire optimista e infantil, no valla ser que mi avance espiritual me lleve a estar de frente y plantear como una verdad innegable el dolor de la soledad, el sin sentido, el vacío, la tristeza, la inimportancia y para acabarla de terminar, que corte también todo tipo de placer, el deseo y la alegría que trae la música, el arte, los besos, las caricias, la comida, los paisajes, las amistades, las fiestas, las películas…

Me llama la atención, así de grande es mi miedo a mi libertad y mi felicidad, tan grande que el buscar perseguirlas trae demonios temibles que me dicen que si sigo ese camino me espera sólo un dolor conocido a lo desconocido. Surge el demonio terrible diciendo que no debo moverme, que no seré libre, que no seré feliz, que son crueles espejismos, que si sigo adelante sólo quedarán desilusiones, que si sigo adelante me perderé. Temo que así sea, temo no poder regresar de la locura del dolor, temo ese sea mi destino y el de toda la humanidad.

Demonio, yo te conozco por tu nombre, te llamas duda, te llamas mal, te llamas miedo, te llamas autoestima herida, te llamas ignorancia, te llamas estupidez, te llamo enemigo interno, genética torcida, experiencia obsoleta, desesperanza, infidelidad. Yo te conozco, y habiéndote reconocido te digo que no tienes poder sobre mí, que podrás acompañarme pero no detenerme y aún si me acompañas tus días están contados porque yo seguiré entrenando para eliminarte, porque yo seguiré fiel en la duda, porque no me soltaré ni me soltará aquel al que pertenezco, porque yo decido. Con mi miedo puedes hacer mucho, con mi incertidumbre y mi inseguridad, pero ante mi voluntad no puedes nada.

domingo, 5 de octubre de 2014

Amores de Sacristía

Como saben, y si no lo saben, me muevo en un mundo totalmente religioso. Mi vida es Cristo, así lo decidí, así lo he vivido. Mi madre es teóloga, mi abuelo lo era también, además de un hombre de muy evangélico, mi abuela era una fanática religiosa, mi padre, un ateo converso y un científico loco, mi hermana se casa en dos meses con un pasado misionero del Espíritu Santo. Mis hermanas y mi madre trabajan en escuelas católicas, aunque diferentes. Aún así, soy yo la que más se mueve en este mundo. Por muchos años, si no es que la mitad de mi infancia y toda mi adolescencia y comienzo de edad joven-adulta (¡hace apenas un par de años!) creí que sería religiosa- primero pensé en la vida activa y después me incliné a la clausura.-

He recibido acompañamiento vocacional por años, incluso he vivido en monasterios. Trabajo enseñando meditación y contemplación, he recibido instrucciones de varios y grandes maestros. Hablo el lenguaje religioso con fluidez desde muy pequeña, incluido lenguajes religiosos budistas y un poco menos fluido, hinduistas. Trabajo con religiosos las 24 horas del día, los hombres y mujeres consagrados a Dios y a los otros son mi pan de cada día. Es obvio y natural que la historia de mis amores, sean de amores de sacristía.

He tenido novios que no han sido del ámbito religioso. Más bien, he tenido UN novio que no fue del ámbito religioso, pero mis amores están vestidos de hábitos o muy cerca de eso. Me gusta lo que me gusta. Sé que no puedo tener una vida de pareja satisfactoria mientras lo que veo son hombres religiosos consagrados. Anhelo lo que veo, sin embargo, quizás no saben de lo doloroso que es amar a un sacerdote o a un novicio, o semejantes. Pareciera que soy una trastornada persecutora de amores imposibles, amante de lo prohibido, pero es más que nada que estoy donde quiero estar, con las personas con las que quiero estar, haciendo lo que hacemos... Con estas personas me siento cómoda, me siento yo, podemos hablar y compartir.

¡Cómo he padecido estos dilemas! ¡Me da ganas de maldecir a la iglesia por hacerme esto, por hacernos esto! Colocan yugos imposibles de cargar que no quieren cargar ni con un dedo.
He acompañado amores en sus búsquedas de Dios, en sus deseos de servir, de seguir con mayor fidelidad a Cristo y a la Iglesia, en sus conflictos personales, sus demonios... Me he sentido acompañada, abrazada y acogida también. Hoy estoy metafórica y literalmente en la sacristía sin saber cómo reclamar consuelo por mis propias necedades de fijarme y enamorarme del mismo perfil. Hoy estoy ubicada en la imposibilidad de obtener lo que me gustaría del hombre que quiero.

Me siento identificada con su deseo de poner algo más grande antes que los intereses egoístas, y centrar la vida en Cristo antes que en una persona, situación o cosa. Así soy yo también, así somos, así me gusta. Y la cosa es eso, que me gusta. Lo que pasa es que quiero, quiero expresar mi cariño de muchas maneras, con besos, con caricias, con abrazos, con palabras. Quiero compartir mi amor con otras personas, quiero gritar que esa persona es mi pareja. Quiero recibir el reconocimiento por haberlo acompañado en la sombra y la desesperanza, por sostenerlo en los momentos en los que no se podía parar con sus propias piernas. Quiero tener la dignidad que tienen todas las personas que aman y son amadas. Quiero poder hacer en público esos pequeños detalles como arreglarle la camisa y decirle que se tome su pastilla. Quiero besarle la oreja y decirle que lo amo al oído. Quiero poder darle un beso sin que implique empezar algo que no podemos continuar ni vivir sin traicionar promesas, sin traicionar confianzas, sin romper expectativas. Quiero poder seguir los movimientos de mis sentimientos, que son de amor y de alegría, quiero seguirlos a donde me lleven, llevándome cada día a amarlo más, a cuidarlo más, a expresarle mi cariño y proyectar la vida juntos, porque queremos lo mismo, porque nos ubicamos en el mismo punto. Quiero que se reconozca mi amor, quiero que se mire como mi misión evangélica el sostener al otro, construir comunidades y relaciones que presenten un apoyo en los momentos difíciles y una compañía en los alegres. Quiero que se sepa que esta fuerza de amar es de Dios, que esta relación crece y se fortifica porque ha nacido de una raíz firme: Jesús. Quiero no tener que pelearme con impedimentos de ese tipo, ¡El amor ya tiene de por sí demasiados retos y cuestas que son difíciles de afrontar!

 
Los amores de sacristía duelen. Son conexiones que pocas personas logran en su vida, son verdaderas relaciones de amor, libertad y amistad. Pero no se puede tener una relación de ningún tipo escondidow en un closet, escondidos en un ámbito de tu vida. Imposible mantener un amor truncado donde no puedas tocar, besar o decir. Duelen muchísimo, ¡me duele mucho!
¡Qué pobres interpretaciones hemos hecho en el catolicismo para justificar una forma de vida que no es natural! ¿¡Cómo hemos podido hacer una regla tan rígida que limite el amor y sus expresiones!? ¿¡Cómo hemos podido condenar a hombres y mujeres a un aislamiento semejante?! ¿Por qué miramos como hombres y mujeres religiosos se empoderan por falta de amor y de comprensión? ¿¡Cómo permitimos esto?! Exigimos un adormecimiento del cuerpo de los religiosos, que exigen a su vez, en venganza, este mismo adormecimiento a sus fieles. Porque es necesario tener el cuerpo dormido y desconectado para no contactar con lo que clama. No estoy en contra del ascetismo, de la abstinencia o del celibato, aunque creo es una vocación verdadera poco común. Estoy en contra de la rigidez de la estructura que pervierte, de este rigor que muchas veces es más represión que opción. De la exigencia de dormir el cuerpo, de separarse para evitar "pecar", evitar contactar con los deseos. Esto corta la vida, la potencia humana.

Yo he estado en esta situación de correspondencia de sentimientos en la vida religiosa en un par de ocasiones. No deseo que ningún religioso, ni ellos, ni yo, cambiemos de rumbo. Reconozco su profunda vocación así como la mía. Nuestra orientación espiritual, nuestra entrega total, nos hace bien. Nuestros ojos están enfocados en una misma meta, nuestro proyecto de vida es un compromiso profundo al evangelio, ¿por qué tengo que callar lo que siento? ¿Por qué tengo que mirar a otro lado cuando busco amor de pareja si el compromiso al evangelio es mi condición sine qua non para compartir lo más íntimo de mi vida? ¿Por qué tengo que renunciar a las personas que me comprenden y pueden acompañarme? ¿Por qué la vida religiosa incluye esta triste frustración? ¿Por qué sólo se puede ser pleno a escondidas, como si uno pecara por amar?


"Es una pena que sea pecado y que el pecado me mire así"

miércoles, 3 de septiembre de 2014

Yo tengo razón

Es una época particular. Probablemente esta particularidad ha sucedido en la historia con los enromes choques culturales que significaron las conquistas. Esta época es particular entre esas particularidades, porque es un descubrimiento de los otros de manera masiva y global. Todos sufrimos una conquista y no sabemos contra quién dirigir la hostilidad que se siente ante la agresión de la llegada del extranjero que viene a despojarnos. Y como antes, pero aún peor, el conocer al otro, con sus relatos, con sus tradiciones, con sus versiones de la vida, algunas semejantes, y muchas tan disímbolas, nos hace preguntarnos “¿Quién tiene la razón?”. Ante tantas realidades que conocemos profunda o superficialmente, ajenas para poder hacer una crítica como la hacemos ante las propias creencias, si pensamos, y lo hacemos bien, podemos llegar a un par de conclusiones: “Todos tenemos razón” o “Nadie tiene razón”.

Es un mundo confuso y la tendencia posmoderna es a mostrarse pesimista y escoger de las miles de versiones nuevas que se despliegan a nuestros ojos mentales, la que creemos más racional, pero también la más trágica. Este caos cultural genera dolor, angustia y confusión. La promesa es que entre tantas versiones de la realidad, sin importar la que escojamos, la probabilidad dice que escogeremos la incorrecta, pues las realidades son incompatibles. Lo propio produce seguridad, lo ajeno, incertidumbre. Sin embargo, nuestra desconfianza a nuestra propia sabiduría y a la de las raíces que compartimos con nuestros ancestros, aunado a la brillantez de lo ajeno, provocan que dudemos de lo propio y tratemos de abrazarnos a lo que profesan los otros por querer profesar lo correcto y sensato. Hacemos una apuesta por la verdad más verdadera con una consciencia muy oculta de que no es posible poseer la verdad absoluta. Yo tiendo a plantearme la versión más pesimista para no esperar la mejor y quedar defraudada. He llegado a creer que el caos y la confusión es lo racional, que cuando veo las cosas sin sentido, veo la fibra misma de la realidad. El caos y la confusión me lo provocan la tensión entre “todos tienen razón” y “nadie tiene razón”. He creído que todo tiene el más desafortunado de los comienzos y finales. Sin embargo hay una vía, una salvación del caos, y esa es regresar al punto donde las cosas generaban seguridad. Tras la consciencia de los otros no se puede regresar a un intransigente “yo tengo la razón, los otros están mal”. Tras la consciencia del otro no se regresa a nunca a la nulificación de narraciones distintas a la mía, sin embargo puedo decir, yo tengo razón. Yo tengo una cultura, tengo un lenguaje, tengo una religión, tengo una ética, tengo una forma de ver la vida, de hablar, de moverme, de entender el sexo, de ver lo bueno y lo malo, lo justo y lo injusto. Yo tengo razón. Mi compás de la interpretación que hago de la vida no debe ser las interpretaciones de los demás, sino lo que los propios huesos y entrañas reclaman. La pregunta es: “¿Qué necesito pensar?”. Una pregunta que no se hace para adormecer la consciencia, sino que desde la consciencia de lo múltiple, afirma lo propio como verdadero, como un camino personal de vida que me es natural, que no me genera angustia, ni caos, ni dolor, no me violenta. No quedo paralizada, sino motivada a seguir indagando el sentido de la vida desde mi gozoso marco contextual. Es pensar que mi horizonte cultural me ofrece las herramientas posibles para llegar tan lejos como quiera llegar, para entender la vida misma de manera universal y lo más humanamente completa. Me enfoco en lo mío, en lo único en lo que puedo hacer modificaciones desde mi experiencia. Puedo corregir, avanzar, replantear en lo propio porque lo llevo en la sangre, porque lo mamé desde el comienzo, porque es lo más natural en mí. Basta de dar vueltas a la montaña viendo los caminos y recolectando dudas, basta de gastar la vida en la congoja de la incertidumbre, es hora de recorrer un camino recto para subir la montaña donde me encuentro con otros honorables que subieron por su sendero.