Como saben, y si no lo saben, me
muevo en un mundo totalmente religioso. Mi vida es Cristo, así lo decidí, así
lo he vivido. Mi madre es teóloga, mi abuelo lo era también, además de un
hombre de muy evangélico, mi abuela era una fanática
religiosa, mi padre, un ateo converso y un científico loco, mi hermana se casa
en dos meses con un pasado misionero del Espíritu Santo. Mis hermanas y mi
madre trabajan en escuelas católicas, aunque diferentes. Aún así, soy yo la que
más se mueve en este mundo. Por muchos años, si no es que la mitad de mi infancia y toda mi adolescencia y comienzo de edad joven-adulta (¡hace apenas un par de años!) creí que sería religiosa- primero pensé en la vida activa
y después me incliné a la clausura.-
He recibido acompañamiento vocacional por años, incluso he vivido en monasterios. Trabajo enseñando meditación y contemplación, he recibido instrucciones de varios y grandes maestros. Hablo el lenguaje religioso con fluidez desde muy pequeña, incluido lenguajes religiosos budistas y un poco menos fluido, hinduistas. Trabajo con religiosos las 24 horas del día, los hombres y mujeres consagrados a Dios y a los otros son mi pan de cada día. Es obvio y natural que la historia de mis amores, sean de amores de sacristía.
He recibido acompañamiento vocacional por años, incluso he vivido en monasterios. Trabajo enseñando meditación y contemplación, he recibido instrucciones de varios y grandes maestros. Hablo el lenguaje religioso con fluidez desde muy pequeña, incluido lenguajes religiosos budistas y un poco menos fluido, hinduistas. Trabajo con religiosos las 24 horas del día, los hombres y mujeres consagrados a Dios y a los otros son mi pan de cada día. Es obvio y natural que la historia de mis amores, sean de amores de sacristía.
He tenido novios que no han sido
del ámbito religioso. Más bien, he tenido UN novio que no fue del ámbito
religioso, pero mis amores están vestidos de hábitos o muy cerca de eso. Me gusta lo que me gusta.
Sé que no puedo tener una vida de pareja satisfactoria mientras lo que veo son
hombres religiosos consagrados. Anhelo lo que veo, sin embargo, quizás no saben de lo doloroso
que es amar a un sacerdote o a un novicio, o semejantes. Pareciera que soy una trastornada persecutora de amores imposibles, amante de lo prohibido, pero es más que nada que estoy donde quiero estar, con las personas con las que quiero estar, haciendo lo que hacemos... Con estas personas me siento cómoda, me siento yo, podemos hablar y compartir.
¡Cómo he padecido estos dilemas! ¡Me da ganas de maldecir a la iglesia por hacerme esto, por hacernos
esto! Colocan yugos imposibles de cargar que no quieren cargar ni con un dedo.
He acompañado amores en sus
búsquedas de Dios, en sus deseos de servir, de seguir con mayor fidelidad a
Cristo y a la Iglesia, en sus conflictos personales, sus demonios... Me he sentido
acompañada, abrazada y acogida también. Hoy estoy metafórica y literalmente en la sacristía sin saber cómo
reclamar consuelo por mis propias necedades de fijarme y enamorarme del mismo perfil. Hoy estoy ubicada en la imposibilidad de obtener lo que me gustaría del hombre que quiero.
Me siento identificada con su
deseo de poner algo más grande antes que los intereses egoístas, y centrar la
vida en Cristo antes que en una persona, situación o cosa. Así soy yo también,
así somos, así me gusta. Y la cosa es eso, que me gusta. Lo que pasa es que quiero,
quiero expresar mi cariño de muchas maneras, con besos, con caricias, con
abrazos, con palabras. Quiero compartir mi amor con otras personas, quiero
gritar que esa persona es mi pareja. Quiero recibir el reconocimiento por haberlo
acompañado en la sombra y la desesperanza, por sostenerlo en los momentos en
los que no se podía parar con sus propias piernas. Quiero tener la dignidad que
tienen todas las personas que aman y son amadas. Quiero poder hacer en público
esos pequeños detalles como arreglarle la camisa y decirle que se tome su pastilla.
Quiero besarle la oreja y decirle que lo amo al oído. Quiero poder darle un
beso sin que implique empezar algo que no podemos continuar ni vivir sin
traicionar promesas, sin traicionar confianzas, sin romper expectativas. Quiero
poder seguir los movimientos de mis sentimientos, que son de amor y de alegría,
quiero seguirlos a donde me lleven, llevándome cada día a amarlo más, a
cuidarlo más, a expresarle mi cariño y proyectar la vida juntos, porque
queremos lo mismo, porque nos ubicamos en el mismo punto. Quiero que se
reconozca mi amor, quiero que se mire como mi misión evangélica el sostener al
otro, construir comunidades y relaciones que presenten un apoyo en los momentos
difíciles y una compañía en los alegres. Quiero que se sepa que esta fuerza de
amar es de Dios, que esta relación crece y se fortifica porque ha nacido de una
raíz firme: Jesús. Quiero no tener que pelearme con impedimentos de ese tipo, ¡El amor ya tiene de por sí demasiados retos y cuestas que son difíciles de
afrontar!
Los amores de sacristía duelen. Son conexiones que pocas personas logran en su vida, son
verdaderas relaciones de amor, libertad y amistad. Pero no se puede tener una
relación de ningún tipo escondidow en un closet, escondidos en un ámbito de tu
vida. Imposible mantener un amor truncado donde no puedas tocar, besar o decir.
Duelen muchísimo, ¡me duele mucho!
¡Qué pobres interpretaciones
hemos hecho en el catolicismo para justificar una forma de vida que no es natural! ¿¡Cómo
hemos podido hacer una regla tan rígida que limite el amor y sus expresiones!?
¿¡Cómo hemos podido condenar a hombres y mujeres a un aislamiento semejante?! ¿Por
qué miramos como hombres y mujeres religiosos se empoderan por falta de amor y
de comprensión? ¿¡Cómo permitimos esto?! Exigimos un adormecimiento del cuerpo de los religiosos, que exigen a su vez, en venganza, este mismo adormecimiento a sus fieles. Porque es necesario tener el cuerpo dormido y desconectado para no contactar con lo que clama. No estoy en contra del ascetismo, de la abstinencia o del celibato, aunque creo es una vocación verdadera poco común. Estoy en contra de la rigidez de la estructura que pervierte, de este rigor que muchas veces es más represión que opción. De la exigencia de dormir el cuerpo, de separarse para evitar "pecar", evitar contactar con los deseos. Esto corta la vida, la potencia humana.
Yo he estado en esta situación de correspondencia de sentimientos en la vida religiosa en un par de ocasiones. No deseo que ningún religioso, ni ellos, ni
yo, cambiemos de rumbo. Reconozco su profunda vocación así como la mía. Nuestra
orientación espiritual, nuestra entrega total, nos hace bien. Nuestros ojos
están enfocados en una misma meta, nuestro proyecto de vida es un compromiso
profundo al evangelio, ¿por qué tengo que callar lo que siento? ¿Por qué tengo que
mirar a otro lado cuando busco amor de pareja si el compromiso al evangelio es
mi condición sine qua non para compartir lo más íntimo de mi vida? ¿Por qué
tengo que renunciar a las personas que me comprenden y pueden acompañarme? ¿Por
qué la vida religiosa incluye esta triste frustración? ¿Por qué sólo se puede
ser pleno a escondidas, como si uno pecara por amar?
"Es una pena que sea pecado y que el pecado me mire así"