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Este es un blog hecho por una cabezota antitecnología, mitad niña, mitad piña, semiadiestrada (que es lo mísmo que decir cavernicolita asalvajada), por supuesto medio bruja, falta de modales y un deshonor a la inversión de mis papás en mi educación porque tengo una orotografía y redacción del terror.

No me juzgues muy duro ni te sientas personalmente aludido, soy perfeccionista pero no es algo que espero perfeccionar.

Con una sonrisa burlona LA CUCA

miércoles, 3 de septiembre de 2014

Yo tengo razón

Es una época particular. Probablemente esta particularidad ha sucedido en la historia con los enromes choques culturales que significaron las conquistas. Esta época es particular entre esas particularidades, porque es un descubrimiento de los otros de manera masiva y global. Todos sufrimos una conquista y no sabemos contra quién dirigir la hostilidad que se siente ante la agresión de la llegada del extranjero que viene a despojarnos. Y como antes, pero aún peor, el conocer al otro, con sus relatos, con sus tradiciones, con sus versiones de la vida, algunas semejantes, y muchas tan disímbolas, nos hace preguntarnos “¿Quién tiene la razón?”. Ante tantas realidades que conocemos profunda o superficialmente, ajenas para poder hacer una crítica como la hacemos ante las propias creencias, si pensamos, y lo hacemos bien, podemos llegar a un par de conclusiones: “Todos tenemos razón” o “Nadie tiene razón”.

Es un mundo confuso y la tendencia posmoderna es a mostrarse pesimista y escoger de las miles de versiones nuevas que se despliegan a nuestros ojos mentales, la que creemos más racional, pero también la más trágica. Este caos cultural genera dolor, angustia y confusión. La promesa es que entre tantas versiones de la realidad, sin importar la que escojamos, la probabilidad dice que escogeremos la incorrecta, pues las realidades son incompatibles. Lo propio produce seguridad, lo ajeno, incertidumbre. Sin embargo, nuestra desconfianza a nuestra propia sabiduría y a la de las raíces que compartimos con nuestros ancestros, aunado a la brillantez de lo ajeno, provocan que dudemos de lo propio y tratemos de abrazarnos a lo que profesan los otros por querer profesar lo correcto y sensato. Hacemos una apuesta por la verdad más verdadera con una consciencia muy oculta de que no es posible poseer la verdad absoluta. Yo tiendo a plantearme la versión más pesimista para no esperar la mejor y quedar defraudada. He llegado a creer que el caos y la confusión es lo racional, que cuando veo las cosas sin sentido, veo la fibra misma de la realidad. El caos y la confusión me lo provocan la tensión entre “todos tienen razón” y “nadie tiene razón”. He creído que todo tiene el más desafortunado de los comienzos y finales. Sin embargo hay una vía, una salvación del caos, y esa es regresar al punto donde las cosas generaban seguridad. Tras la consciencia de los otros no se puede regresar a un intransigente “yo tengo la razón, los otros están mal”. Tras la consciencia del otro no se regresa a nunca a la nulificación de narraciones distintas a la mía, sin embargo puedo decir, yo tengo razón. Yo tengo una cultura, tengo un lenguaje, tengo una religión, tengo una ética, tengo una forma de ver la vida, de hablar, de moverme, de entender el sexo, de ver lo bueno y lo malo, lo justo y lo injusto. Yo tengo razón. Mi compás de la interpretación que hago de la vida no debe ser las interpretaciones de los demás, sino lo que los propios huesos y entrañas reclaman. La pregunta es: “¿Qué necesito pensar?”. Una pregunta que no se hace para adormecer la consciencia, sino que desde la consciencia de lo múltiple, afirma lo propio como verdadero, como un camino personal de vida que me es natural, que no me genera angustia, ni caos, ni dolor, no me violenta. No quedo paralizada, sino motivada a seguir indagando el sentido de la vida desde mi gozoso marco contextual. Es pensar que mi horizonte cultural me ofrece las herramientas posibles para llegar tan lejos como quiera llegar, para entender la vida misma de manera universal y lo más humanamente completa. Me enfoco en lo mío, en lo único en lo que puedo hacer modificaciones desde mi experiencia. Puedo corregir, avanzar, replantear en lo propio porque lo llevo en la sangre, porque lo mamé desde el comienzo, porque es lo más natural en mí. Basta de dar vueltas a la montaña viendo los caminos y recolectando dudas, basta de gastar la vida en la congoja de la incertidumbre, es hora de recorrer un camino recto para subir la montaña donde me encuentro con otros honorables que subieron por su sendero.